Jueves 10 de agosto: La ley y el creyente.
Sin la gracia de Cristo, el pecador está en una condición desvalida. No puede hacerse nada por él, pero mediante la gracia divina se imparte al hombre poder sobrenatural que obra en la mente, el corazón y el carácter. Mediante la comunicación de la gracia de Cristo, el pecado es discernido en su aborrecible naturaleza y finalmente expulsado del templo del alma.
Mediante la gracia, somos puestos en comunión con Cristo para estar asociados con él en la obra de la salvación. La fe es la condición por la cual Dios ha visto conveniente prometer perdón a los pecadores; no porque haya virtud alguna en la fe que haga merecer la salvación, sino porque la fe puede aferrarse a los méritos de Cristo, el remedio provisto para el pecado. La fe puede presentar la perfecta obediencia de Cristo en lugar de la transgresión y la apostasía del pecador. Cuando el pecador cree que Cristo es su Salvador personal, entonces, de acuerdo con la promesa infalible de Jesús, Dios le perdona su pecado y lo justifica gratuitamente. El alma arrepentida comprende que su justificación viene de Cristo que, como su Sustituto y Garante, ha muerto por ella, y es su expiación y justificación (Fe y obras, p. 103).
Dijo Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Si sois hijos de Dios, sois participantes de su naturaleza y no podéis menos que asemejaros a él. Todo hijo vive gracias a la vida de su padre. Si sois hijos de Dios, engendrados por su Espíritu, vivís por la vida de Dios. En Cristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad”; y la vida de Jesús se manifiesta “en nuestra carne mortal”. Esa vida producirá en nosotros el mismo carácter y manifestará las mismas obras que manifestó en él. Así estaremos en armonía con cada precepto de su ley, porque “la ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma”. Mediante el amor, “la justicia de la ley” se cumplirá “en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:4) (El discurso maestro de Jesucristo, p. 67).
Wesley demostró la perfecta armonía que existe entre la ley y el evangelio. “Existe, pues, entre la ley y el evangelio la relación más estrecha que se pueda concebir. Por una parte, la ley nos abre continuamente paso hacia el evangelio y nos lo señala; y por otra, el evangelio nos lleva constantemente a un cumplimiento exacto de la ley. La ley, por ejemplo, nos exige que amemos a Dios y a nuestro prójimo, y que seamos mansos, humildes y santos. Nos sentimos inca-paces de estas cosas y aún más, sabemos que ‘a los hombres esto es imposible;’ pero vemos una promesa de Dios de damos ese amor y de hacemos humildes, mansos y santos; nos acogemos a este evangelio y a estas alegres nuevas; se nos da conforme a nuestra fe; y ‘la justicia de la ley se cumple en nosotros’ por medio de la fe que es en Cristo Jesús (El conflicto de los siglos, p. 267).
Viernes 11 de agosto: Para estudiar y meditar
Mensajes selectos, t. 1, “Cristo nuestro sumo sacerdote”, pp. 399-401.
Hijos e hijas de Dios, “Vivid sin mácula”, p. 350.
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