Lunes 14 de agosto:
Esclavizados a los rudimentos del mundo.
Tenemos que ir a Dios con fe y derramar nuestras súplicas ante él, creyendo que obrará en nuestro favor y en el de otros a quienes tratamos de salvar. Hemos de dedicar más tiempo a la oración ferviente. Con la confiada fe de un niñito hemos de ir a nuestro Padre celestial para contarle todas nuestras necesidades. Él siempre está listo para perdonar y ayudar. Es inagotable la provisión de sabiduría divina, y el Señor nos anima para que nos sirvamos abundantemente de ella. El anhelo que debiéramos tener de las bendiciones espirituales se describe en las palabras: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”. Necesitamos que nuestra alma sienta un hambre más profunda de los ricos dones que el cielo tiene para conferimos. Debemos sentir hambre y sed de justicia.
Ojalá tuviéramos un deseo consumidor de comprender a Dios con un conocimiento experimental, de llegar a la cámara de audiencias del Altísimo con la mano de la fe levantada y dejando caer nuestra alma desvalida delante de Aquel que es poderoso para salvar. Su amante bondad es mejor que la vida (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista, t. 3, p. 1165).
La gracia divina en el alma recién convertida es progresiva. Proporciona cada vez más gracia, la que se recibe, no para ser ocultada debajo de un almud, sino para ser compartida a fin de beneficiar a otros. La persona que se ha convertido genuinamente trabajará para salvar a otros que están en tinieblas. Un alma verdaderamente convertida avanzará por fe para salvar a otra y luego a otra más. Los que hacen esto son instrumentos de Dios, son sus hijos y sus hijas. Forman parte de su gran empresa, y su trabajo consiste en reparar la brecha que Satanás y sus agentes han hecho en la ley de Dios al pisotear el día de reposo verdadero y al poner en su lugar un día de reposo espurio (El evangelismo, p. 260).
Si para los seres creados fuese posible obtener una comprensión plena de Dios y sus obras, después de lograrla no habría para ellos mayor descubrimiento de la verdad, ni crecimiento en el conocimiento, ni ulterior desarrollo del intelecto o el corazón. Dios no sería ya supremo; y los hombres, habiendo alcanzado el límite del conocimiento y del progreso, dejarían de avanzar. Demos gracias a Dios de que no es así. Dios es infinito; en él están “escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento” (Colosenses 2:3). Y durante toda la eternidad los hombres podrán estar investigando y aprendiendo siempre, y sin embargo no podrán agotar los tesoros de su sabiduría, bondad y poder (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 658).
Tomado de:
Notas de Elena. Esclavizados a los rudimentos del mundo.
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